El reloj marca la hora impía, y allí se dará el comienzo de lo que luego se transformará en una de las historias que a la manera de Juan Salvo, un héroe improvisado, ente tantos otros, errante extenuado por el viaje y el tiempo, atravesará décadas para llegar a convertirse en canon. Ese recorrido agotador y persistente, no es solo narrativo: es existencial. Salvo es un transhumante de la memoria, un sujeto desplazado que, tras la catástrofe ya no pertenece a ningún lugar, se mueve entre mundos, tiempos y versiones buscando una imposible restitución de lo perdido.
A partir de allí nace el punto de quiebre entre la
historieta El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld con dibujos de Francisco
Solano López, y la serie, debido a que se introduce una diferencia que es clave,
la desaparición de la figura del propio Oesterheld como narrador y solo
prevalecerá, al menos en la primera parte de la serie, la de Salvo -quien está
separado y tiene una hija adolescente- que sigue jugando al truco en la buhardilla,
aunque ya no sea suya sino de Favalli.
Con estos cambios advertimos que son varios los
eventos que se distancian de la obra real, lo cual es esperable: los lectores entendemos
que una adaptación implica transformación. ¿Que si se respeta la idea original?
En lo esencial, sí. Y celebro que se haya adaptado a nuestro tiempo, con sus
propios conflictos para despertar resonancias nuevas en quienes miramos hoy lo
que otros leyeron en los inicios.
Y como lo mejor siempre llega al final, hay un
elemento que considero fundamental destacar y es el tratamiento de la figura de
los personajes femeninos. En la obra original Elena no se encuentra separada de
Juan, de hecho, son un matrimonio muy unido y feliz y tienen una pequeña hija,
Martita (en la serie es Clara). Como mujer, Elena, cumple ese rol asignado
“naturalmente” que es la espera, la entrega abnegada al hogar y a un no hacer
más allá de ese ámbito. En la serie vemos algo totalmente distinto, Elena es
una mujer de armas tomar, quien en más de una ocasión salva las papas del
fuego, por no decir a Juan, lo cual no es tarea menor si pensamos que se
presenta como la figura principal, es decir que Elena es también protagonista.
A su lado aparecen Ana, mujer de Favalli, e Inga -ambas féminas personajes
ausentes de la historieta- una joven venezolana que la primera noche de la
nevada reemplaza a su hermano en el reparto de comida a domicilio, salvando así
su vida, sin saberlo, del acecho de los “mensajeros de la muerte”. Tres
mujeres que no solo participan, sino que actúan, deciden y marcan el rumbo de
la historia.

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