Lectura de la serie “Monstruo”
Ed Gein,
conocido como el asesino de Plainfield, es presentado en la serie Monstruo
con un perfil casi aniñado: su andar es lento, su habla pausada y su
personalidad parece dominada por la timidez. Creció en un hogar profundamente
opresivo, bajo la tutela de una madre ultrarreligiosa que le inculcó la idea de
que el sexo con una mujer era pecado. Esa represión origina un trauma que se
traduce en una disociación entre cuerpo y mente, en una supuesta desconexión de
su sexualidad en palabras del protagonista.
Maternidad como eje del trauma
La madre de
Ed vive agobiada por la crianza de los hijos y por la mala vida producto del
casamiento con un hombre alcohólico, inútil y violento. Ella se vuelve
sobreprotectora, coarta la libertad de sus hijos por miedo y resentimiento,
pero su recelo es más fuerte con Ed debido a que al parecer es débil mental. En
una escena impactante en la que discute con su esposo y este la golpea (Augusta
le devuelve el golpe y lo echa) ella le grita a Ed que no debe tocar jamás a
una mujer ni imponerle a una el peso de un hijo porque pasan cosas como lo que
le ha sucedido a ella hasta ahora. Y sentencia: “debería castrarte”.
Freud diría que hay aquí un desplazamiento del objeto del odio: lo
que no puede ejercer sobre el marido —porque la ley patriarcal la subordina— lo
ejerce sobre el hijo, donde sí tiene poder.
El resultado es un vínculo de ambivalencia
extrema: lo ama y lo odia, lo protege y lo destruye, lo necesita y lo
repudia.
En medio de
esta loca dinámica familiar nos presentan a Alfred Hitchcock. Lo vemos como un
observador que diluye las fronteras entre lo real y lo ficcional mientras
piensa en cómo llevará a la pantalla grande el film Psicosis, basado en
el libro de Robert Bloch. Ya tiene elegido a un actor capaz de encarnar a
Norman Bates,que a su vez está inspirado en la figura de Gein: un hombre en
estado liminal, invadido por los fantasmas del asesino en su fuero más íntimo.
A medida
que avanzan los capítulos, Ed intenta liberarse del yugo maternal. Gracias a
Adeline, con quien planea casarse, consigue un empleo de niñero. Sin embargo,
lo pierde el mismo día: lleva a los niños a su casa sin el consentimiento de
sus padres. Allí les muestra sus máscaras y hace trucos de magia, con un placer
inquietante por el miedo ajeno. Ese gesto anticipa la violencia: más tarde
secuestrará y asesinará a la antigua niñera de los niños en venganza por
haberle quitado aquella oportunidad.
Hitchcock y el terror sexual
El estreno
de Psicosis conmociona al público. La crudeza de la película marca una
ruptura en la narrativa cinematográfica. En una escena, un personaje practica
sexo oral mientras de fondo se proyecta el film: una superposición entre deseo
y represión. El protagonista no quiere ser un monstruo; busca aceptación, pero
su represión lo corroe y no es otro más que el actor que le da vida a Bates en
el film.
Hitchcock,
en una reflexión metacinematográfica, señala que la narrativa del cine ha
cambiado: ahora triunfa el terror sexual y por ello, la audiencia
también ha cambiado.
El cuerpo como monstruo contemporáneo
El salto a The
Texas Chain Saw Massacre es inevitable. Leatherface, como Gein, encarna lo
reprimido, lo que la sociedad busca ocultar, curar, silenciar. Su grito —“Soy
una travesti lésbica y caníbal”— desarma las categorías binarias y revela una
verdad brutal: los monstruos no se crean solos. Son producto de estructuras
familiares, sociales y biológicas que dictan lo que un cuerpo “debe ser”.
Adeline
representa otro costado de la represión. Se entrega a un joven que desea algo
que ella no puede darle, porque sueña con pertenecer al mundo del arte. Su
madre la presiona para que se convierta en “una mujer del hogar”, pero Adeline
resiste: busca el mando sobre su propio cuerpo-territorio.
En una
escena conmovedora, la madre confiesa que intentó abortarla arrojándose por las
escaleras. Surge entonces una pregunta que atraviesa toda la historia: ¿qué
reciben las madres por soportar el dolor de criar? Adeline, desafiando los
mandatos, besa a Ed con deseo. La maternidad no deseada vuelve a ocupar el
centro del relato.
La escena del horror
El capítulo
seis nos muestra a Bernice Worden, una mujer controladora. Ed tiene relaciones
con ella, pero pronto oye la voz de su madre acusándola de promiscua y
portadora de sífilis. La mujer se convierte en demonio a sus ojos. La asesina.
El
descubrimiento posterior es espeluznante: vaginas guardadas en cajas, trajes de
piel femenina, cabezas, corazones, cuerpos eviscerados, lámparas y cuencos
hechos con cráneos humanos. Polillas revolotean como presagio del horror. Un
periódico roído por las ratas anuncia la muerte de Mussolini: el mundo externo
también está podrido. Los peritos fotografían todo; Ed dice no recordar nada.
Cuando
subastan sus pertenencias, la gente se ríe de las máscaras, las toca, las usa
para asustar. Alguien comenta: la guerra aumentó la maldad. Surge de
nuevo la pregunta: ¿quién es el monstruo?
Del cine al mito
El eco de
Gein llega al cine y la literatura: inspira a Norman Bates (Psicosis), a
Buffalo Bill (El silencio de los inocentes), y a Leatherface (The
Texas Chain Saw Massacre). Desde la cárcel, intercambia cartas con asesinos
reales como es el caso de Richard Speck quien le confiesa que tiene un fan que
planea matar mujeres en una universidad (Ted Bundy). Incluso delira creyendo
hablar por radio con Ilse Koch, la “Zorra de Buchenwald”, y con Christine
Jorgensen (les había mandado radios que jamás llegaron a destino), una mujer
trans pionera. Comprende —o delira comprendiendo— que siempre habló consigo
mismo y con su psiquiatra.
Ed muere
medicado en el manicomio, fantaseando que lo acompañan los fantasmas de otros
asesinos: Manson, Bundy, Brudos, Birdman, Buffalo Bill y tantos otros.
Su historia
deja una huella indeleble: sus crímenes fueron detonantes en la construcción
del horror moderno. Hitchcock ya lo advirtió: el asesino contemporáneo no viene
del espacio, de Egipto o de Transilvania. Lo peor puede llegarnos a través de
ese vecino amable. El terror ya no es sobrenatural, sino psicológico.
Posdata: Robert
Bloch escribió Psicosis en 1959, inspirado en Lovecraft y, sobre todo,
en Ed Gein. Desde entonces, el horror dejó de ser externo para volverse íntimo:
el monstruo es humano.
Alejandra Porchiia ❤

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