lunes, 13 de octubre de 2025

La chica de la aguja: un cuento gótico de posguerra


La chica de la aguja se sitúa en el Copenhague de posguerra, un espacio devastado no solo material, sino también moralmente.





El film parte de hechos reales —la historia de Dagmar Overbye, condenada en 1921 por asesinar bebés de madres solteras—, pero von Horn los reinterpreta desde el prisma de un drama psicológico gótico.

La protagonista, Karoline, una costurera sin hogar, encarna el cuerpo femenino como territorio de sufrimiento, deseo y explotación. Su tránsito por las calles, las fábricas y los espacios domésticos sucios configura un relato visual donde el horror social se confunde con el horror íntimo.

La película no busca el morbo del crimen, sino la raíz estructural de la desesperación femenina: la falta de elección.


 1. Falta de elección femenina

En la posguerra, el cuerpo femenino queda atrapado entre la miseria y la moral.
Karoline, embarazada y sin recursos, es empujada a un entorno donde cada opción implica una pérdida: su autonomía o la maternidad.

Von Horn retrata con precisión cómo la gestación impuesta se vuelve una condena social. La mujer pobre no tiene lugar ni en el trabajo ni en el hogar; su cuerpo se convierte en una mercancía de supervivencia, ofrecida a quienes gestionan el dolor ajeno como negocio.

Dagmar, la matrona que administra adopciones ilegales, aparece así como el reflejo monstruoso del sistema patriarcal: una mujer que reproduce las mismas violencias que la oprimieron, usando la maternidad como moneda de poder.

La película convierte esa falta de elección en el verdadero motor del horror, más perturbador que cualquier asesinato: el horror de no poder decidir sobre la propia vida.


 2. Desesperación y supervivencia

El relato desciende progresivamente a un mundo donde la moral se disuelve bajo el hambre.
Karoline, que al principio parece la víctima absoluta, se ve empujada a decisiones que la acercan a la crueldad: el límite entre víctima y victimaria se borra.

Von Horn plantea una pregunta ética brutal:

¿Qué significa “sobrevivir” en un contexto donde la supervivencia exige la deshumanización?

El guion muestra cómo la miseria produce un sistema de canibalismo social: todos se aprovechan de todos. La desesperación ya no es un estado emocional, sino un paisaje colectivo.


 3. Ambigüedad moral

Uno de los mayores logros del film es evitar los binarismos.
No hay inocentes puros ni monstruos absolutos.

  • Karoline: es víctima del abandono, pero también cómplice de un sistema que trafica vidas.

  • Dagmar: actúa con frialdad, pero su brutalidad surge de la misma estructura que la aplastó.

Von Horn se sitúa en la tradición del realismo gótico —a la manera de Dreyer o Bergman—, donde los personajes son devorados por sus dilemas éticos.
El resultado es un horror moral, más inquietante que el físico, donde cada gesto de compasión puede volverse siniestro.


 4. Horror gótico y atmósfera expresionista

Visualmente, La chica de la aguja trabaja con una poética de la penumbra.
La fotografía en blanco y negro convierte cada rincón de Copenhague en un espacio espectral. Las calles adoquinadas, los talleres y las casas en ruinas forman un escenario cerrado, húmedo, casi uterino, donde la luz no libera, sino que acentúa la condena.

El blanco y negro no busca la nostalgia histórica, sino la abstracción moral: como en el expresionismo alemán, la luz se vuelve una metáfora del juicio y la culpa.

Los rostros filmados con fuertes contrastes parecen máscaras, gárgolas o santos martirizados. Esa estética remite a la iconografía religiosa del sufrimiento femenino despojada de toda redención.

Von Horn construye así una fábula gótica contemporánea, donde el infierno no es sobrenatural: es social.


 5. El sonido como tortura sensorial

La banda sonora cumple un papel central en el terror psicológico.
Los llantos de bebés, repetidos como eco, funcionan como un recordatorio constante del crimen y la culpa.
La música atonal, con notas disonantes y silencios abruptos, reproduce la tensión del cuerpo femenino en crisis, ese cuerpo que se contrae ante un mundo que lo castiga por existir.

El sonido no acompaña la imagen: la violenta. Cada chillido o crujido funciona como un látigo auditivo, poniendo al espectador dentro de la claustrofobia de Karoline.


 6. Estilo y técnica: el cuerpo como texto

La aguja del título opera como símbolo polivalente:

  • Es herramienta de trabajo y de dolor.

  • Cose y perfora, une y destruye.

Karoline, costurera, intenta “remendar” su vida con los mismos instrumentos que la lastiman.
El film borda visualmente la metáfora de una mujer que intenta coser una existencia en un mundo que la descose.

Cada plano parece hilvanado a mano: cámara fija, composición simétrica, ritmo lento. Von Horn apuesta por un tempo hipnótico, donde el horror no estalla sino que se infiltra como una puntada bajo la piel.


7. Relevancia actual

Aunque ambientada en el pasado, La chica de la aguja dialoga directamente con las luchas feministas contemporáneas:

  • el derecho a decidir

  • la criminalización de la pobreza

  • la persistencia del control sobre el cuerpo femenino

El film recuerda que la falta de elección sigue siendo un dispositivo de opresión moderno.
Las madres solteras de posguerra encuentran su eco en las mujeres que hoy enfrentan legislaciones restrictivas, estigmas y violencias institucionales.

Von Horn, sin hacer panfleto, logra un alegato visual contra el patriarcado: muestra que el verdadero terror no proviene de la oscuridad externa, sino de las estructuras sociales que convierten el cuerpo de la mujer en campo de batalla.


Conclusión: la aguja como emblema del horror femenino

La chica de la aguja no es sólo una película sobre crímenes infantiles, sino una meditación sobre el costo del dolor femenino en la historia.
El horror se susurra entre sombras, se entrecose en silencio.

Von Horn transforma un hecho histórico en una elegía visual sobre la culpa colectiva, la pobreza y la maternidad forzada, devolviéndonos algunas preguntas:

¿Cuántas Karoline siguen existiendo hoy, atrapadas en sistemas que las obligan a sobrevivir cosiendo sus heridas con la misma aguja que las hiere?

          ¿Es Dagmar el único monstruo, o solo el espejo de una monstruosidad colectiva?

         ¿Y realmente aquella sociedad de posguerra es tan distinta de la nuestra?


 

Alejandra Porchiia ❤

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