Análisis basado en secuencias penitenciarias
El relato audiovisual que se despliega en los ocho capítulos presenta una narrativa donde la cárcel femenina funciona como microcosmos social. La trama no solo expone escenas de violencia y explotación, sino que construye un discurso sobre el cuerpo de las mujeres y las lógicas de poder en el encierro.
Emergencia y barro: metáforas de origen
El episodio inicial, donde un grupo de mujeres sobrevive a un atentado y emerge del agua, pero son denominadas 'las embarradas', constituye un gesto discursivo relevante. No emergen del barro, sino del agua, pero el lenguaje de la institución penal las asocia con la suciedad y la marginalidad. El barro, en este sentido, es metáfora de clase: 'emergieron del barrio'. Se trata de un mecanismo de naturalización simbólica (Bourdieu, 1999), donde la procedencia social marca identidades estigmatizadas, más allá de la experiencia real (el agua como renacimiento).
Sexualización y disciplinamiento
Las requisas corporales, en las que el médico ordena “abrí las piernas y la boca”, revelan cómo el poder se ejerce a través del cuerpo (Foucault, 1975). El control médico-penitenciario no es neutral, sino un espacio de violencia simbólica y material: el cuerpo femenino es tratado como objeto disponible para la mirada masculina. La referencia de la guardia a la “cartuchera” (vagina) ratifica la cosificación. A esto se suma la naturalización de las violaciones y abusos sexuales como parte del régimen carcelario, lo que expone la crudeza de un sistema que disciplina, sometiendo y anulando la autonomía de las mujeres mediante el uso punitivo y coercitivo de la sexualidad.
Maternidad, apropiación y mercado
La entrega de un recién nacido a una pareja, tras la muerte de la madre biológica, expone la lógica de la mercantilización de la vida. El cuerpo reproductivo de las presas se convierte en un recurso apropiable, en consonancia con lo que Rita Segato (2003) denomina la pedagogía de la crueldad: cuerpos feminizados como botín de guerra. La maternidad se privatiza y el niño se vuelve mercancía intercambiable. Este episodio no constituye un caso aislado, sino que se inserta en un entramado sistemático de prácticas carcelarias donde la apropiación, el abuso y la explotación de los cuerpos femeninos se repiten y naturalizan, reproduciendo violencias históricas contra las mujeres más vulnerables.
Pornografía y sobrevivencia
La filmación de material pornográfico en el penal, bajo el mando de 'La Zurda', muestra cómo la prisión replica las economías ilegales de afuera. El cuerpo femenino es explotado, pero también instrumentalizado como recurso de sobrevivencia. El 'paquete' no refiere a objetos, sino a mujeres ingresadas como capital erótico. Esta lógica remite al análisis de Butler (2009) sobre la precariedad de las vidas que solo existen como intercambiables.
Violencia como identidad
Personajes como Roky, que reivindica haber asesinado al abusador de su hija, subrayan cómo la violencia deviene única forma de justicia posible ante un sistema fallido. El encierro no cancela esa violencia, sino que la reproduce como identidad y relato de vida.
Multiverso penitenciario
El penal funciona como un multiverso de la locura, donde confluyen prostitución, tráfico humano, drogas y corrupción institucional. El enemigo mayor es la ley encarnada en la guardia y la dirección. Sin embargo, se evidencia la ambivalencia de las relaciones de poder: algunos guardias protegen, otros abusan. Foucault recordaba que el poder 'no se posee, se ejerce' y se dispersa en múltiples niveles (Foucault, 1976).
El cuerpo como carne
La escena en la que se yuxtaponen cuerpos femeninos y carne animal expone crudamente la animalización de las mujeres. El cuerpo es carne de consumo, sin diferencia con un animal de matadero. Aquí el dispositivo audiovisual se alinea con la crítica ecofeminista (Adams, 1990), que asocia la opresión de los cuerpos animales y de los cuerpos feminizados como parte de un mismo orden patriarcal de consumo. El ejemplo más brutal es el de María, cuyo cuerpo aparece colgado de un gancho tras ser asesinada: la disposición de su cadáver como si fuese una res en el matadero lleva al extremo la metáfora, mostrando cómo la violencia patriarcal convierte a las mujeres en materia desechable, lista para el consumo o la eliminación.
Resistencias ambiguas
Momentos como el de Marina, que invierte la lógica sexual carcelaria al atar a un cliente —desobedeciendo el pedido de sexo oral y apropiándose momentáneamente del control de su cuerpo—, o el de la Zurda, que responde a la tentativa de violación de un guardia mordiéndole el miembro, ilustran formas parciales de resistencia. Estos actos de insumisión evidencian que incluso en contextos de sometimiento extremo emergen fisuras en el dispositivo disciplinario. Sin embargo, tales gestos no alcanzan a desestabilizar el régimen estructural: el sistema continúa reproduciéndose y hasta la rebeldía se inscribe dentro de los marcos de violencia sexual y económica que lo sostienen. En este sentido, Butler (2004) advierte que la agencia en condiciones de precariedad nunca es absoluta, sino siempre condicionada por el mismo entramado de poder que se busca subvertir.
Reflexión final
El relato penitenciario analizado no se limita a exponer violencia; construye una pedagogía sobre la vida de las mujeres encarceladas: cuerpos disciplinados, sexualizados, mercantilizados y, en muchos casos, apropiados por el Estado que decide quién se queda y quién se va, quién vive y quién muere. La violencia patriarcal se representa como ubicua: adentro y afuera de la cárcel. Las escenas funcionan como alegoría del sistema social en general, donde el castigo, el deseo y el mercado se entrecruzan en torno a la figura de la mujer marginalizada.
Sin embargo, aun en ese espacio saturado de control, emergen líneas de fuga: cuerpos que se rebelan en gestos mínimos pero disruptivos (como la inversión de la escena sexual o la violencia ejercida contra un guardia violador); comunidades de afecto y solidaridad que desobedecen el aislamiento impuesto; narraciones que hacen visible lo que se pretende ocultar; desplazamientos metafóricos que enlazan la opresión carcelaria con otras formas de explotación (animal, ecológica, social). Son fugas inestables y precarias, pero suficientes para demostrar que el poder nunca es absoluto.
En ese sentido, el relato interpela más allá de la cárcel: si adentro se despliegan pedagogías de sumisión y resistencia, ¿qué formas de vida, qué nuevas resistencias o continuidades se harán posibles afuera, cuando la libertad se recupere?

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